domingo, 28 de julio de 2013

Dago y Facundo: De la grandeza a la intrascendencia



No me voy a ocupar de los galeas ni del lúers aquel.  De la basura que se ocupe el alcalde.  Esta vez estoy recordando la trayectoria de dos líderes históricos de la izquierda salvadoreña. Los dos fueron parte de la juventud fogosa de finales de los años sesenta y de los setenta, esa que rompió con la visión patriotera y sumisa de la generación que agonizaba. La juventud que cantaba con La Banda del Sol y Mahucutah mientras se reunía en las asambleas comunales, en las del sindicato o en las Comunidades Eclesiales de Base. De ahí salieron, para crecer junto al pueblo en su epopeya grande y poderosa, Dago y Facundo, marcados desde entonces con el fuego hermoso del sacrificio y de la entrega, de la organización y de la lucha.
Dago, junto al siempre grande Rafael Aguiñada Carranza, mostró su calidad en la desigual confrontación en una Asamblea Legislativa controlada totalmente por la derecha oligárquica, y con valor y capacidad de debate, dejó planteado el espíritu de intransigencia ideológica que marcaría los años setenta.  Se consolidó luego como un líder  de conciencia clara, de voluntad férrea y de mordaz palabra, y cuando llegó la hora del fuego y de la sangre, asumió su tarea  con la misma prestancia que mostraba.
Facundo siempre estuvo entre el calor de un pueblo cuyo espíritu de lucha era más instintivo que ideológico. Pero se dedicó a la organización y a la concientización política con un vigor y una dedicación que ayudaron a transformar las calles en el reino del poder popular y la lucha organizada, y a la hora del supremo sacrificio, supo la montaña de su capacidad  en la estrategia y el combate.
Los dos supieron de persecuciones y cárcel, de tortura y represión.  Los dos eran objetivos del sistema para ser destruidos sin duda y sin piedad.
¿Qué pasó entonces?  A Dagoberto lo vemos muy cómodamente entre “analistas” de Derecha en aquellos programas montados como parte de la estrategia de dominación que padecemos. Nunca se le oye una crítica contra la derecha. Y mientras denigra y calumnia a la única izquierda que puede ser amenaza para Arena, disfruta que los otros  “analistas” le elogien abundantemente y le feliciten por sus planteamientos. Ya no tiene discurso.  El mismo que siempre repite es calumnioso y destructivo, y conocedor como es, sabe perfectamente que dañando al Frente, facilita a Arena su regreso al poder. Y parece ser ese su objetivo.  Porque su sueño de ser presidente (aunque siempre criticó el “electorerismo”) se eclipsó cuando, en un país de 7 millones de habitantes, tenía que recoger 50000 firmas y apenas recogió 38000.
El caso de Facundo  es más patético.  Después de su triste retiro para formar el Movimiento que se iba a llevar “todas las bases” del Frente, y del lamentable descalabro electoral que padeció, ha comenzado a jugar también un papel doloroso y falaz. Al igual que el Sabio de Oxford, aparece en la televisión con frecuencia (al igual que a Dago, los medios le dan mucho espacio) no sólo atacando rabiosamente al Frente, casi nunca a Arena, sino anunciando jubilosamente, la próxima derrota del FMLN y la inexorable ruta hacia su desaparición.
¿Cómo llegó a suceder que estos dos líderes respetados en la izquierda terminaran haciéndole los mandados al sistema que los atacó, los reprimió y los persiguió? ¿Qué cambió su mente, su visión política y su conciencia revolucionaria? No lo sabemos.  Pero sí lamentamos que hayan cambiado la consigna y el puño izquierdo en alto por los falsos elogios de los apologistas de la derecha en la televisión y los periódicos. Sí es doloroso que después de toda una vida de lucha terminaran su vida política casi olvidados e ignorados por los sectores populares. Que hayan transitado, por sus mismos errores, de la grandeza a la intrascendencia.

miércoles, 17 de abril de 2013

VENEZUELA: Una lección aprendida.

Desde hace 14 años, el Chavismo derramó su amor revolucionario sobre el pueblo venezolano y latinoamericano. Conocimos desde entonces de Salud Popular, de alimentos para todos, de participación amplia y verdadera, de programas de vivienda nunca antes vistos, de millones de Computadoras para poner conocimiento en el alma de los niños. Parecía la conjunción perfecta entre el pueblo y el partido como su vanguardia consecuente. El imperio y sus lacayos temblaban o gruñían preocupados, y Venezuela se erigía como líder indiscutible en la lucha por conquistar la soberanía necesaria para América Latina.

Y entonces Hugo Chávez se fué, y parecía que nos quedábamos huérfanos, tanta era la fuerza que su sombra proyectaba sobre nuestros procesos libertarios.

 Pero asumió Maduro, y se desencadenó el poder de un pueblo buscando seguir construyendo el amplio camino hacia la Patria Socialista. Y las calles de Venezuela se poblaron del rojo intenso de la consigna y la propuesta, del canto y de los puños, parecía que el futuro estaba allí, y que los verdugos y explotadores de siempre estaban condenados al exilio de la Historia. Pero llegó el 14.

 ¡1.5%! El alma tiembla al ver ese márgen de victoria. Pero eso es lo que el pueblo venezolano, receptor y beneficiario de las bondades del socialismo del Siglo 21, le otorgó al proceso. ¿Significa, acaso, que la mitad de Venezuela no quiere este sistema de obra social intensa y solidaria? ¿Que quiere que se devuelva el petróleo a las transnacionales y el poder político a Copeyanos y Adecos? Quizá sólo significa que se ha descuidado la concientización ideológica del pueblo. Y eso es grave.

 Debemos aprender la lección que yace ahí, reveladora y amenazante. ¿Estamos seguros que dar ayudas y tarifas subsidiadas fortalece el temple revolucionario de nuestra gente? Después de un año de subsidio ya se convierte en un estado obligatorio, y quizá deba ser aumentado. O quizá pensar en uno nuevo, o talvez presionar por más programas sociales. Pedir y exigir más, y castigar electoralmente si no se recibe.

Debemos profundizar el conocimiento político del pueblo para que al asumir la lucha por sus derechos también acepte el asumir sus responsabilidades para con la sociedad que le cobija. Para que pueda comprender que no siempre el Proyecto puede garantizarle todos sus deseos ni cubrirle todas sus necesidades, pero que se abre toda una avenida por donde avanzar para alcanzar , colectivamente, las soluciones necesarias.

 Comencemos pues, masivamente, a preparar políticamente al ciudadano para convertirlo en el hombre nuevo que este siglo necesita, que lleve en sus ojos el brillo de su determinación y su conciencia clara: Que otro mundo es posible y todos estamos obligados a construirlo.