No me voy a ocupar de los galeas ni del lúers aquel. De la basura que se ocupe el alcalde. Esta vez estoy recordando la trayectoria de
dos líderes históricos de la izquierda salvadoreña. Los dos fueron parte de la
juventud fogosa de finales de los años sesenta y de los setenta, esa que rompió
con la visión patriotera y sumisa de la generación que agonizaba. La juventud que
cantaba con La Banda del Sol y Mahucutah mientras se reunía en las asambleas
comunales, en las del sindicato o en las Comunidades Eclesiales de Base. De ahí
salieron, para crecer junto al pueblo en su epopeya grande y poderosa, Dago y Facundo,
marcados desde entonces con el fuego hermoso del sacrificio y de la entrega, de
la organización y de la lucha.
Dago, junto al siempre grande Rafael Aguiñada Carranza,
mostró su calidad en la desigual confrontación en una Asamblea Legislativa
controlada totalmente por la derecha oligárquica, y con valor y capacidad de
debate, dejó planteado el espíritu de intransigencia ideológica que marcaría
los años setenta. Se consolidó luego como
un líder de conciencia clara, de
voluntad férrea y de mordaz palabra, y cuando llegó la hora del fuego y de la
sangre, asumió su tarea con la misma
prestancia que mostraba.
Facundo siempre estuvo entre el calor de un pueblo cuyo
espíritu de lucha era más instintivo que ideológico. Pero se dedicó a la
organización y a la concientización política con un vigor y una dedicación que
ayudaron a transformar las calles en el reino del poder popular y la lucha
organizada, y a la hora del supremo sacrificio, supo la montaña de su
capacidad en la estrategia y el combate.
Los dos supieron de persecuciones y cárcel, de tortura y
represión. Los dos eran objetivos del sistema
para ser destruidos sin duda y sin piedad.
¿Qué pasó entonces? A
Dagoberto lo vemos muy cómodamente entre “analistas” de Derecha en aquellos
programas montados como parte de la estrategia de dominación que padecemos.
Nunca se le oye una crítica contra la derecha. Y mientras denigra y calumnia a
la única izquierda que puede ser amenaza para Arena, disfruta que los
otros “analistas” le elogien
abundantemente y le feliciten por sus planteamientos. Ya no tiene
discurso. El mismo que siempre repite es
calumnioso y destructivo, y conocedor como es, sabe perfectamente que dañando
al Frente, facilita a Arena su regreso al poder. Y parece ser ese su
objetivo. Porque su sueño de ser
presidente (aunque siempre criticó el “electorerismo”) se eclipsó cuando, en un
país de 7 millones de habitantes, tenía que recoger 50000 firmas y apenas
recogió 38000.
El caso de Facundo es
más patético. Después de su triste
retiro para formar el Movimiento que se iba a llevar “todas las bases” del
Frente, y del lamentable descalabro electoral que padeció, ha comenzado a jugar
también un papel doloroso y falaz. Al igual que el Sabio de Oxford, aparece en
la televisión con frecuencia (al igual que a Dago, los medios le dan mucho
espacio) no sólo atacando rabiosamente al Frente, casi nunca a Arena, sino
anunciando jubilosamente, la próxima derrota del FMLN y la inexorable ruta
hacia su desaparición.
¿Cómo llegó a suceder que estos dos líderes respetados en la
izquierda terminaran haciéndole los mandados al sistema que los atacó, los
reprimió y los persiguió? ¿Qué cambió su mente, su visión política y su
conciencia revolucionaria? No lo sabemos.
Pero sí lamentamos que hayan cambiado la consigna y el puño izquierdo en
alto por los falsos elogios de los apologistas de la derecha en la televisión y
los periódicos. Sí es doloroso que después de toda una vida de lucha terminaran
su vida política casi olvidados e ignorados por los sectores populares. Que
hayan transitado, por sus mismos errores, de la grandeza a la intrascendencia.